lunes, 24 de noviembre de 2014

Junior Alberto



Ternurita, una perrita cariñosa que nos la regalaron una noche en la esquina de un barrio de la ciudad blanca, era tan  blanca como un copo de nieve de pelos ensortijados, por su ternura, Nayibe así la llamo. Después de afrontar difíciles situaciones personales y de familia, decidimos trasladarnos a la ciudad sorpresa. El cambio fue brusco, abandonamos el amor, los amigos, las costumbres, el sosegado clima templado de la ciudad blanca. A pesar de ser oriundos de la ciudad sorpresa, nos sentíamos extraños, algunas personas hurañas, egocentristas, desconfiadas. El reencuentro con la familia, en especial con mi madre, anciana, agobiada por las enfermedades y los años, era un aliciente de poder compartir con ella, aquellos momentos que la distancia y las obligaciones laborales, nunca no los permitieron. Y dentro de todos esos dilemas de estar vivos, también encontramos personas amigables, sociables y que desinteresadamente nos ayudaron. Y a quienes agradecemos su desinteresada ayuda, elevamos oraciones y plegarias por ellos.  Una tarde de afanes de ires y venires, ternurita se perdio, la buscamos por todo la ciudad sorpresa, pusimos carteles, ofreciendo una recompensa. Y la única recompensa fue la tristeza de nunca jamas volverla a ver. Nayibe y yo, cansados de buscarla, fuimos a rodear una plaza de mercado "Potrerillo" llamada asi por que hace mucho tiempo el lugar donde fue construida eran grandes extensiones de potreros. Y de pronto vimos debajo de unas jaulas metalicas, los ojos asustados y tristes de un perrito de apenas 4 meses, esta amarrado, una sucia cabuya de fique daba la vuelta en su flacido cuello, timido, asustado, quiso huir de nosotros y se arrincono. Despues de un gran esfuerzo logramos sacarlo, lo desamarramos. Y le acercamos un recipiente sucio que tenia agua, el animalito, estaba siendo maltratado, Nayibe se le enojo a la "supuesta" dueña,  reclamandole porque lo amarraba y lo tenia en esas condiciones, quien indolente, atino a decir que el perrito valía sesenta mil pesos.  Nos encariñamos con el pobre animal y decidimos regatear la oferta, al final solo dimos veinte mil pesos. La gran satisfacción fue rescatarlo. Y cuidarlo y atenderlo por casi nueve meses, le dimos ofrecimos un hogar de paso. Ahora nuestro amigo junior alberto, se encuentra en una finca, disfrutando de su propio ambiente y lo mas digno para el de su  "LIBERTAD"

En homenaje a "Ternurita" la perrita extraviada.




jueves, 10 de octubre de 2013

...La lealtad de mi perro..

Habían transcurrido solo unas horas del abandono y soledad, y en un día gris, opaco, lluvioso, el perro se sentó en un recodo del jardín a esperar, fueron horas inamovibles, solo la sed y el hambre doblegaron su estoica espera. Se llego la noche y cansado de esperar se doblego en un sofá cerca de la puerta. Aquel solitario hombre, sufría en silencio, la soledad junto a su leal mascota. Y en un arranque de fortaleza y decisión para aceptar su derrota, decidió vaciarse y vaciar el contenido de  su existencia. Regalo todo el materialismo que acumulaba a recicladores, veía sus rostros felices, en niñas, niños, hombres, mujeres, ancianos. Se llevaban felices  bicicletas, camarotes, enseres de cocina, enseres de cama, ropa usada. Y este hombre reflexionaba y se motivaba así mismo diciéndose para sus adentros "LA VIDA SIGUE" y sonaba en la radio esa balada infantil que lo marco en su vida "LA VIDA SIGUE IGUAL" (Sandro de América) y resonaban acordes y frases que evocaban momentos especiales de la inmadurez y se fusionaban con la realidad del momento, embriagado por una madurez solitaria, por causas circunstanciales de su existencia. Y lagrimas brotaban al emular la canción que su letra se entonaba así:

"El tiempo y el destino me han golpeado sin cesar 
Mas yo sigo adelante, sin dejarme doblegar 
Pues no vale llorar, tampoco suplicar, 
hay que pensar que todo pasar 
Yo tuve los amigos, que el dinero puede dar 
Y en noches de bohemia nos, dejábamos ahogar 
Mas todo ya paso, el tiempo no llego, 
Y aquí ya ves, yo estoy y río igual 
Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh 
Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh 

El vino las mujeres, la parranda y el amor 
Son cosas que en la vida, recompensan el dolor 
Debemos sonreír, morirnos por vivir, 
porque al final, de que vale sufrir 

Yo le aposté a la vida, que jamás iba a llorar, 
y a veces le hice trampas, 
Para poderle ganar, pues yo no se perder, nací para triunfar 
Y aquí ya ves, yo estoy y río igual 
Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh 
Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh 

Si a veces una pena, desgarro mi corazón 
Seguí siempre adelante, sin prestar mucha atención 
Al tiempo yo me alié, y la pena se fue 
Porque el dolor, mi amigo siempre fue, 
Jamás se cumplirán, aquellas cosas que soñé 
Pues en mi largo viaje, tantos sueños olvide 
Mas tanto recogí, y ya tanto viví, que pienso hoy, que yo nada perdí.

Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh 
Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh 
Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh 
Al final la vida sigue igual, eh, al final la vida sigue igual, eh"
SANDRO DE AMÉRICA
Se dice que entre el amor y el odio solo hay un paso, y es verdad, y quizás es un paso sin retorno. En aquella mañana  invernal de marzo, como de costumbre un hombre regresa a su hogar, cansado, fatigado, hambriento, después de una jornada extenuante de trabajo. La distancia que habría que cubrir diariamente en motocicleta,  era de aproximadamente 120 km entre ida y regreso. Sorteando toda clase de dificultades, el trafico vehícular, los excesos de velocidad, el tiempo, y los bruscos y repentinos cambios de clima.  Una carretera con un trayecto demasiado peligroso, bordeaba la distancia entre la  vida y la muerte, bastaba un solo descuido,  para morir. Curvas serpenteantes, niebla, lloviznas, eran las señales que aparecían en todo el recorrido. Llegar al hogar sano y salvo, era una victoria, un triunfo, un acto de heroísmo  Sentir el afecto de esposa, hijos y mascota, eran su mejor recompensa. Pero en aquel funesto día  la recompensa a su heroísmo, fue el abandono. La soledad se había impregnado de solitarios interrogantes,  solo en las blanquecinas paredes de la casa, se reflejaban como etéreos fantasmas lo que había sido un hogar. Pero dentro de aquella soledad, estaba inmersa en la soledad misma, la lealtad, del que no quisieron llevar, porque era una carga, el amigo CIBER, el perro, el peludo perro, la mascota, salio a recibirlo como de costumbre. En sus expresiones de afecto, no había odios, ni rencores, sus ladridos, su cola batiéndose de un lado a otro, solo era una  muestra de su lealtad. Aquel hombre ya no estaba solo, su soledad solo era un estado mental circunstancial, a su lado estaba ese fiel amigo que lo acompañaría en su dura travesía por cinco años, después moriría, con una muerte dulce, como fue su vida perruna.